Rendición es la única novela que he leído de Ray Loriga. No me preguntéis por qué no había vuelto al autor teniendo en cuenta lo mucho que aquella lectura me gustó, podría hablaros de cientos de libros pendientes, de falta de tiempo, de olvido… Poco importó la razón cuando quedé atrapada por un título tan evocador como el que os traigo hoy, Cualquier verano es un final.
Yorick no ha
tenido demasiado suerte a nivel personal, y no solo por los problemas de salud
que arrastra, pero en lo profesional puede considerarse casi un triunfador.
Durante mucho tiempo su gran apoyo ha sido su amigo Luiz que, sin ser joven,
pero tampoco tan mayor como para ver cercana la muerte, ha decidido que
prefiere poner fin a su vida ahora y no esperar a que sea el tiempo el que
decida cuándo ha llegado el momento.
La amistad, el
amor, la muerte, el final de la juventud y el paso del tiempo se dan cita
en Cualquier verano es un final, pero tratándose de Ray Loriga ni siquiera lo
más importante es qué nos cuenta, sino cómo lo hace para trasladar al lector la
multitud de emociones que nos habitan a lo largo de nuestra vida.
Alguien quiere
morir. Alguien quiere amar. Alguien quiere aprovechar la segunda oportunidad
que quizá se le esté brindando. Con estos personajes, dominados a menudo por
sentimientos irracionales, Loriga compone una novela llena de lírica que
parece atrapada en la luz nostálgica de los veranos que se acercan a su final.
Aunando humor y ternura el autor nos regala una narración de aparente
sencillez plagada de reflexiones que permanecen y asaltan al lector más
allá de la última página con la certeza de haber leído un canto a la vida,
esa que a menudo despreciamos dándola por sabida, manida y merecida.
Siendo el tema
principal de la novela la amistad, no lo es menos el paso del tiempo y esa
inquietud que a menudo nos abruma de tener ya poco que hacer en la vida, que
nuestra capacidad para ilusionarnos por algo nuevo, de tener nuevos proyectos,
se va agotando de forma inexorable a la par que se va agotando nuestro tiempo.
Cómo reacciona y afronta cada uno los años más allá de la madurez es una forma
también de sentir y, por qué no, de amar y, aunque desde fuera sea fácil juzgar
las decisiones y los planteamientos vitales de los demás, pocas veces sabemos
qué camino los ha conducido hasta el punto en el que están. Este querer saber
es el que conduce a Yorick hasta Luiz y su último refugio para invitar al
lector a una íntima conversación.
Cualquier verano
es un final es una novela tan inteligente y reflexiva como melancólica. Una
lectura de esas de las que es difícil hablar porque cualquier palabra vaciaría
de sentido una novela hecha para sentirla y vivirla dejándose atrapar por el
ingenio de un autor tan especial que, en ocasiones, es difícil de recomendar.