Justamente hace
dos años que os hablaba de Despiértame cuando acabe septiembre, novela con la
que conocí las letras de Mónica Rouanet y en la que descubrí, sobre todo, una
autora con una prosa tan sencilla como cuidada que, además, albergaba unas
cuantas reflexiones en la voz de su protagonista que me resultaron muy
interesantes, ya sabéis que a mí esos tintes intimistas suelen gustarme mucho
así que cuando por sorpresa su última novela llegó a mis manos no me lo pensé
dos veces y me puse con ella. Hoy os hablo de No oigo a los niños jugar.
Mi opinión
Alma es una
joven de 17 años que sufre estrés postraumático tras un grave accidente de
coche, motivo por el cual ingresa en una clínica psiquiátrica para jóvenes que
se ubica en un antiguo edificio rehabilitado, cuyo anterior uso era el de
residencia para niños sordos, del que los pisos superiores están cerrados y el
acceso tapiado. Desde su llegada Alma se relacionará, poco a poco, con sus
nuevos compañeros, cada uno con su problema, y con dos niños pequeños a los que
solo ella parece ver.
Dos dimensiones
espaciotemporales distintas se unen en No oigo a los niños jugar a través de
Alma y dos serán los narradores que se irán alternando. Por un lado, la voz
en primera persona de Alma que nos cuenta no solo lo que ve y vive en su
internamiento junto a sus compañeros, sino que se adentra en sus pensamientos y
miedos más íntimos. Y, por otro lado, la voz de uno de los niños que solo Alma
puede ver, una voz que se dirige siempre al otro niño que lo acompaña y nos
narrará no solo el presente, sino que echará la vista atrás para contarnos
también lo que aconteció entre aquellos muros antes de que el edificio se
reconvirtiera en la clínica psiquiátrica que ahora es.
Mónica
Rouanet, con una prosa cuidada, un estilo envolvente y una ambientación que te traslada inmediatamente a los escenarios, dota a No oigo a los
niños jugar de una clara vocación de denuncia social adentrándose en la
mente enferma de jóvenes con todo tipo de adicciones, obsesiones y dependencias
y dando voz a niños aquejados por una discapacidad que a menudo avergüenza a unos
padres que prefieren mantenerlos alejados para esconder así la diferencia que los
marca. A pesar de ello a mí me ha costado sentir a estos personajes cercanos y
llegar a empatizar con ellos. El hecho de que prácticamente el supuesto misterio
que envuelve al edificio no sea tal, en las primeras páginas ya tenemos claro
qué ha sucedido, aunque los detalles se nos escapen, no ha sido realmente para
mí un problema, son muchas las novelas en las que desde el principio sabemos
qué ha ocurrido y aún así mantienen la tensión narrativa. Mi verdadero problema,
y este es muy personal y muchos de vosotros, habituales de este espacio, lo
conocéis, es mi gran dificultad para congeniar con los narradores infantiles
y juveniles y en esta novela ambos lo son y por más que me he esforzado no
he conseguido sentirlos personas reales, con problemas reales, todos ellos me
han resultado ajenos, especialmente el narrador infantil porque con Alma, poco
a poco, fui sintiéndola un poco más.
Vuelvo a
reafirmarme en que me gusta cómo escribe Mónica Rouanet, su estilo es muy
evocador, tiene a menudo unos toques intimistas que son muy de mi agrado y su
prosa es sencillamente impecable así que no dudo que volveré a leer a la
autora, aunque con esta historia a mí no haya terminado de convencerme. Como siempre
os digo cuando una lectura no ha resultado como esperaba esta no deja de ser
una opinión muy personal y tenéis muchas otras que opinan justo lo contrario que
yo así que si teníais en mente acercaros a ella no lo dudéis y contadme qué os
ha parecido a vosotros.